El lunes 10 de diciembre de 2007, casi sin darnos cuenta, los argentinos asistimos a un hecho histórico. Ese día, el Sr. Kirchner colocó la banda presidencial a su señora esposa, la Sra. Cristina Elisabet Fernández, inaugurando así la era del "ultra-bananismo", que cualquier politólogo podría definir como 'la versión bananera de una República Bananera'.
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Jamás conoceremos los verdaderos motivos de ese inexplicable traspaso conyugal, pero lo cierto es que desde entonces, la Sra. Fernández ha exhibido un único (y bastante módico) atributo: Su facilidad para mantener el rosto duro, mientras sanatea sobre temas que ignora, ante públicos cautivos.
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Jamás conoceremos los verdaderos motivos de ese inexplicable traspaso conyugal, pero lo cierto es que desde entonces, la Sra. Fernández ha exhibido un único (y bastante módico) atributo: Su facilidad para mantener el rosto duro, mientras sanatea sobre temas que ignora, ante públicos cautivos.
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Las constantes adulaciones de su claque ("es un cuadrazo", "es una intelectual", etc) nunca alcanzaron para disimular su evidente impericia para gobernar, manifestada en su no menos evidente incapacidad para buscar consensos, que quedó al descubierto -dramáticamente- durante el conflicto con el campo.
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Del "cambio" que sus carteles prometían hace un año, nunca llegamos a tener la menor noticia, y quienes se ilusionaron con la posibilidad de que corrigiera las aberraciones más graves cometidas por su marido (o al menos las más graves de las más graves), pronto comprendieron que eso nunca ocurriría.
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La inflación se ha disparado, la inversión ha decrecido, y el inmejorable tren que nos ofrece el mundo, está a punto de partir de la estación, sin que nos hayamos subido a él.
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No seré yo, pues, quien elogie un sólo aspecto de la gestión de esta señora, cuya inoperancia -insisto- me parece manifiesta, y cuya soberbia, tilinguería y amoralidad, me parecen repugnantes.
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Sin embargo, sin embargo, sin embargo, tenemos un problema: La gente la votó!
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Por ello, y por más duro que sea, debemos aceptar que concluya su mandato, prepararnos para soportar con estoicismo las barbaridades que (sin duda) cometerá, e incluso mentalizarnos para aguantar que acuse a otros por esas mismas barbaridades, con la misma desfachatez con que a diario nos explica que su gobierno representa "un salto en la calidad institucional de nuestro país" (sic).
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Por supuesto no ignoro que es muy sencillo pedir esta templanza, cuando uno no está por debajo de la línea de la pobreza, ni depende para comer de lo que haga o deje de hacer este gobierno, o el que venga, pero me parece que si -de una buena vez- no aprendemos a comportarnos como ciudadanos maduros, y a hacernos cargo de la responsabilidad que nos cabe (en lugar de pedir la aparición de un nuevo "Mesías" que venga a salvarnos del desastre de turno), nada ni nadie podrá salvarnos nunca, de ningún desastre.
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Esto no implica, claro, que durante los próximos tres años debamos permanecer impávidos ante cualquier medida que el gobierno tome. Si algo demostraron los hermanos chacareros, es que con actitud, con humildad, con coraje, y con unidad, se puede hacer retroceder a cualquier demente, por más dinero que éste tenga para extorsionar, o por más choripanes que tenga para repartir.
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Nuestra responsabilidad consistirá precisamente en eso: En controlar, en exigir, y en resistir si es preciso, pero siempre dentro del marco democrático.
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Además, y aunque tal vez peque de optimista, creo que a partir de la inolvidable madrugada del 17 de julio, no tiene mucho sentido pedir que la Presidente abandone el poder, pues éste ha regresado ya al pueblo, y ninguna medida que se tome podrá revertir eso.
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Es probable que el gobierno tenga todavía muchas mentiras para decir, muchos disparates para cometer, muchos dólares para robar, y muchos escupitajos al cielo para proferir, pero nada que diga o haga podrá evitar que el 10 de diciembre del 2011, la Argentina se levante, y camine.
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Del "cambio" que sus carteles prometían hace un año, nunca llegamos a tener la menor noticia, y quienes se ilusionaron con la posibilidad de que corrigiera las aberraciones más graves cometidas por su marido (o al menos las más graves de las más graves), pronto comprendieron que eso nunca ocurriría.
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La inflación se ha disparado, la inversión ha decrecido, y el inmejorable tren que nos ofrece el mundo, está a punto de partir de la estación, sin que nos hayamos subido a él.
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No seré yo, pues, quien elogie un sólo aspecto de la gestión de esta señora, cuya inoperancia -insisto- me parece manifiesta, y cuya soberbia, tilinguería y amoralidad, me parecen repugnantes.
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Sin embargo, sin embargo, sin embargo, tenemos un problema: La gente la votó!
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Por ello, y por más duro que sea, debemos aceptar que concluya su mandato, prepararnos para soportar con estoicismo las barbaridades que (sin duda) cometerá, e incluso mentalizarnos para aguantar que acuse a otros por esas mismas barbaridades, con la misma desfachatez con que a diario nos explica que su gobierno representa "un salto en la calidad institucional de nuestro país" (sic).
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Por supuesto no ignoro que es muy sencillo pedir esta templanza, cuando uno no está por debajo de la línea de la pobreza, ni depende para comer de lo que haga o deje de hacer este gobierno, o el que venga, pero me parece que si -de una buena vez- no aprendemos a comportarnos como ciudadanos maduros, y a hacernos cargo de la responsabilidad que nos cabe (en lugar de pedir la aparición de un nuevo "Mesías" que venga a salvarnos del desastre de turno), nada ni nadie podrá salvarnos nunca, de ningún desastre.
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Esto no implica, claro, que durante los próximos tres años debamos permanecer impávidos ante cualquier medida que el gobierno tome. Si algo demostraron los hermanos chacareros, es que con actitud, con humildad, con coraje, y con unidad, se puede hacer retroceder a cualquier demente, por más dinero que éste tenga para extorsionar, o por más choripanes que tenga para repartir.
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Nuestra responsabilidad consistirá precisamente en eso: En controlar, en exigir, y en resistir si es preciso, pero siempre dentro del marco democrático.
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Además, y aunque tal vez peque de optimista, creo que a partir de la inolvidable madrugada del 17 de julio, no tiene mucho sentido pedir que la Presidente abandone el poder, pues éste ha regresado ya al pueblo, y ninguna medida que se tome podrá revertir eso.
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Es probable que el gobierno tenga todavía muchas mentiras para decir, muchos disparates para cometer, muchos dólares para robar, y muchos escupitajos al cielo para proferir, pero nada que diga o haga podrá evitar que el 10 de diciembre del 2011, la Argentina se levante, y camine.